Estamos asistiendo a un bombardeo incesante de noticias relacionadas con las residencias de personas mayores. La mayoría de ellas, trasladan a la sociedad una visión negativa de las mismas. Me parece que no es lo más idóneo ofrecer un juicio de valor de una realidad que no se conoce en profundidad. La generalización alimenta desconfianzas y no ofrece soluciones. Es preciso recordar que las personas mayores que viven en las residencias son, en un porcentaje muy elevado, frágiles. En ellas, la presentación de la enfermedad en no pocas ocasiones es atípica y sus patologías crónicas pueden desestabilizarse fácilmente.
Aunque soy un firme defensor de que el modelo residencial ha de cambiar, también soy conocedor de que con el desempeño de las y los profesionales que trabajan en las residencias, la vida de muchas personas es digna de ser vivida. Mi relación profesional desde hace ya más de veintitrés años, así como mi experiencia docente como colaborador en el Postgrado Universitario en Gerontología de la Universidad de Oviedo, en los Cursos de humanización, ética y atención centrada en la persona del Instituto Asturiano de Administraciones Públicas Adolfo Posada y con Centros de formación privada, me faculta para poder decir en voz alta que la pre-ocupación por el ser humano vulnerable constituye el elemento fundamental sobre el que se sustenta la atención profesional en las residencias.
Si rechazamos que los alojamientos para personas mayores sean exclusivamente centros hoteleros, en los que las personas tengan cubiertas sus necesidades básicas, también es necesario dejar muy claro que no podemos ni debemos pretender que las residencias se conviertan en centros sanitarios, y ello independientemente, de que estas organizaciones dispongan de profesionales de este sector. Desde esta consideración, entiendo que la función de la residencia no debe ceñirse exclusivamente a la prestación de alojamiento y de cuidados que mantengan a las personas aseadas, seguras y bien alimentadas. Como escribió el psicólogo humanista Abraham Maslow «es cierto que el hombre vive solamente para el pan, cuando no hay pan. Pero ¿qué ocurre con los deseos del hombre cuando hay un montón de pan y cuando tiene la tripa llena crónicamente?».
La Federación de Asociaciones de personas mayores de Cataluña hace unos años puso en marcha un proyecto para conocer la opinión de las personas mayores sobre la residencia en la que les gustaría vivir. La respuesta fue: “nos gustaría vivir donde vivimos ahora, pero somos conscientes de que puede llegar un momento en que no sea posible y necesitemos una residencia. Por eso, queremos saber en cuáles podremos vivir porque se respetan nuestros derechos y en qué otras nos tratarán bien, tendremos lo necesario, pero no seremos artífices de nuestra propia vida”. Pienso, que la residencia es un lugar para vivir y que la vida en ella debe resultar una experiencia positiva. Desde esta apreciación, el escenario de convivencia ha de preservar los derechos fundamentales de todo ser humano.
La atención de calidad en el cuidado ha de contemplar la dimensión biológica, psicológica, social, espiritual… Considerando a la persona como un ser multidimensional se puede vislumbrar que la respuesta ha de ser holística. Pero holístico no es solo ver al otro globalmente, sino que consiste en partir de la complejidad del ser humano. Esta respuesta integral y compleja únicamente puede ser ofrecida desde la colaboración de diferentes profesionales.
Afortunadamente, en muchos centros residenciales, la atención se ha y se está profesionalizando, de tal forma que hoy podemos decir, que la persona mayor que vive en una residencia es atendida por un grupo multiprofesional con alto grado de cualificación que trabajando desde la interdisciplinariedad, y en estrecha relación con los Servicios Sociales y Sanitarios comunitarios, es capaz de dar respuestas adecuadas a las demandas planteadas. Con el trabajo interdisciplinar, los diferentes profesionales se alejan de su certeza dogmática, para interesarse en la curiosidad constructiva. Es lo que el profesor Rodríguez Cabrero denomina “Intelectual colectivo”, es decir, la apertura a todos los saberes. Un aspecto especialmente importante, es que no debemos olvidar que la persona mayor y, si ese es su deseo, su familia, han de formar parte de ese equipo. ¡Cómo no!
El modelo imperante ha de transformarse hacia un nuevo paradigma que tenga muy presente que cada persona es única, con una identidad propia que ha ido forjando a lo largo de su vida. Precisamente, porque cada persona es distinta a las demás, deberemos rechazar procedimientos organizativos homogeneizantes, contraponiendo en su lugar el Modelo de Atención Integral y Centrado en la Persona (MAICP), en el que se especifican dos dimensiones en la atención: la integralidad y la personalización.
La pretensión ha de ser arrinconar la indiferenciación para dar paso a un talante cambiante que sea capaz de alterar el orden establecido en función de las preferencias y expectativas de cada individuo. El objetivo ha de ser ofrecer a la persona la oportunidad de elegir su forma de vida. De ello se deduce, que el modelo de atención ha de dar continuidad al proyecto de vida de cada ser humano.
Todas estas conceptualizaciones teóricas han de ser refrendadas en la práctica diaria, ya que si no fuera así, carecerían de valor. Debemos pasar de los pensamientos a los hechos, de la moralina a la moralita que decía Ortega y Gasset, para que el interés de la organización jamás esté por encima del de la persona. A partir de esta reflexión, la pregunta que debemos hacernos es obvia: ¿cómo hacer bien lo que es bueno para cada persona?
Cuando nos planteamos atender adecuadamente, el punto de partida ha de ser el de reconocer a la persona mayor como capaz, autónoma y responsable para gestionar su vida, y cuando esto no sea posible, esté representada desde sus valores. El respeto al principio de autonomía nos aleja del paternalismo, que consiste en decidir por y sobre el otro sin el otro, o sin tomar en consideración al otro. No obstante, no debemos olvidar que ningún ser humano es autosuficiente, sino que todos necesitamos a los demás para sobrevivir. Por ello, hemos de rechazar el autonomismo autosuficiente y aceptarnos como sujetos interdependientes.
Cuando la persona es lo importante, se desmitifican las costumbres arraigadas y se establece un equilibrio relacional entre el profesional (acompaña) y la persona residente que es al final la que decide. No obstante, para que la percepción de control, de dominio de la situación sea auténtica y efectiva, los arquetipos organizativos han de alejarse de procedimientos rígidos, encorsetados, uniformizantes y perennes, ya que lo que hoy es satisfactorio, mañana puede no serlo. Como nos enseña el neurólogo y psiquiatra austriaco Viktor Frankl “el sentido de la vida cambia de un hombre a otro, de un día a otro, de una hora a otra. Así pues, lo importante no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado de la vida en cada momento”.
Los razonamientos expuestos tratan de explicitar la necesidad del cambio de modelos de atención en las residencias de personas mayores. Tendremos que explorar los problemas, identificar los recursos y pasar a la acción. Mi opinión es que el cambio requiere poner a prueba las cosas que damos por supuestas y humildad para reconocer que podemos mejorar.
En conclusión, las residencias deben ser un lugar para vivir con dignidad, autonomía y libertad, en un ambiente que ofrezca la sensación de hogar, ya que si no se puede estar en casa, donde estemos queremos estar como en casa. Para conseguirlo, necesitamos nuevos diseños arquitectónicos, pero también novedosos esquemas organizativos que se fundamenten en la creencia de que la persona ha de ser el centro de la atención