Enfermedad de Alzheimer
La demencia conlleva déficits en las capacidades cognoscitivas que afectan a la funcionalidad del sujeto hasta el punto de interferir en su vida social y/o laboral.
Es considerado un síndrome clínico de deterioro cognitivo adquirido producido por una disfunción cerebral.
Para el diagnóstico de la EA se requiere cumplir los criterios clínicos, descartar otras causas posibles y confirmar un inicio gradual y progresivo. La alteración de la memoria es una condición necesaria para el diagnóstico de la demencia y se configura como el síntoma inicial más grave de esa patología. En concreto, la memoria de reconocimiento, junto con la prospectiva y la procedimental, son las más deterioradas en pacientes con demencia tipo Alzheimer. En los primeros estadios de la enfermedad los déficits cognitivos se relacionan con la disminución de los volúmenes de la sustancia gris de determinadas regiones cerebrales, entre ellas la amígdala y el hipocampo.
Estudios que utilizaban la imagen por resonancia magnética han encontrado que la atrofia del hipocampo y la amígdala en personas de edad avanzada sin deterioro cognitivo se relaciona con una mayor probabilidad de padecer la enfermedad en el futuro. La amígdala está involucrada en la modulación de la memoria, pues mejora la funcionalidad de las regiones del lóbulo temporal medial que conforman el sistema de memoria y que permiten que las imágenes de contenido emocional se recuerden mejor que las neutras.
Los pacientes con EA muestran déficits en la memoria de acontecimientos emocionales que se justifican por el deterioro de esta estructura.
Reconocimiento de la expresión emocional en la enfermedad de Alzheimer.
Los pacientes con daños bilaterales en la amígdala tienen dificultades para el reconocimiento de la expresión emocional, especialmente la de miedo y cólera.
Dado que los pacientes con EA muestran una significativa atrofia de la amígdala, es coherente pensar que manifiestan de la misma manera un deterioro en el reconocimiento de la expresión emocional similar al encontrado en los pacientes con daños bilaterales de la amígdala.
Varios trabajos parecen confirmar este supuesto. Un estudio longitudinal sobre la percepción de expresiones emocionales en pacientes con EA y demencia frontotemporal evidenció que los primeros muestran un deterioro en el reconocimiento de las expresiones faciales emocionales que aumenta en el transcurso de la enfermedad y puede explicarse por el progresivo deterioro de la amígdala. Este deterioro gradual puede observarse en la menor dificultad que presentan los sujetos con deterioro cognitivo leve en comparación con los pacientes con EA en tareas de reconocimiento de la expresión emocional, y que podría reflejar la degeneración progresiva de las estructuras cerebrales que modulan el procesamiento emocional. Ante estos datos, resulta claro que se produce un deterioro progresivo en el procesamiento de la información emocional, y de manera concreta en el reconocimiento del contenido emocional de la expresión facial y la prosodia.
De igual manera existen muchos trabajos que evidencian dificultades iniciales de la memoria, y cabe esperar, dada la atrofia que sufren las estructuras cerebrales que sustentan la emoción (amígdala) y la memoria (hipocampo), que se reflejen déficits no sólo en la funcionalidad de estos procesos por separado, sino también en la función de consolidación que ejerce la emoción sobre la memoria; es decir, sobre el recuerdo de la información emocional, y de manera específica a través de la potenciación a largo plazo (LTP, del inglés long-term potentiation), como sustrato neural que sustenta esta interacción.
Interacción entre memoria y emoción.
La LTP se define como el incremento sostenido en la eficacia de la transmisión sináptica tras la estimulación de una vía aferente con impulsos eléctricos de alta frecuencia.
Este mecanismo se ha propuesto como modelo celular para explicar los procesos de aprendizaje y memoria16, basándose en que produce un cambio duradero que se ha descrito en el hipocampo. Los estudios de reforzamiento conductual de la LTP evidencian que este proceso podría verse influido por la emoción y la motivación, de forma que se establecerían dos factores determinantes implicados en la memoria: cambios de transición en la eficacia de la transmisión sináptica y un componente emocional que la consolida y la hace perdurar.
El sustrato neurológico que subyace a este planteamiento tiene como estructuras principales la amígdala y el hipocampo, que participan de manera conjunta en los estados iniciales de la formación de la memoria y en su recuperación. Con esta base estructural y funcional de la interacción entre memoria y emoción y tal como plantean Almaguer y Bergado, se puede aprender algo si se repite una y otra vez (cambios de transición en la eficacia), pero este proceso se simplifica con la presencia de un estado emocional adecuado y una alta motivación (consolidación de los cambios). Durante el envejecimiento se deteriora el reforzamiento de la LTP mediante la estimulación eléctrica de la amígdala18, lo que sugiere un deterioro del procesamiento emocional.
Dada la alta prevalencia de alteraciones emocionales como consecuencia del envejecimiento y la posibilidad de que éstas afecten a las capacidades cognitivas de los ancianos, se hace necesario el desarrollo de nuevas estrategias de tratamiento y atención que logren mejorar la calidad de vida de esta población.
Pero también se plantea la cuestión de cómo se ve afectado este deterioro natural del efecto de la emoción sobre la memoria, a través del reforzamiento de la LTP por la amígdala, cuando se inicia un proceso degenerativo como la demencia. En este sentido se han observado pérdidas en las neuronas de la amígdala en las fases iniciales de la EA y una alteración de la reactividad emocional, de lo que se deduce que con un adecuado planteamiento metodológico se podrían observar cambios susceptibles de análisis en este proceso de manera previa al inicio de los síntomas. Esto nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión: ¿pueden utilizarse los deterioros en la memoria emocional para el diagnóstico de la demencia tipo Alzheimer?
Varios trabajos han abordado esta cuestión desde diferentes plataformas metodológicas. La utilización de un método multinivel de inducción emocional que permita controlar los niveles de activación y valencia de la información emocional (International Affective Picture System, IAPS) resultaría idónea para comprobar el deterioro de los pacientes con EA en la memoria emocional, porque permitiría discernir si el problema se deriva de un déficit en el procesamiento de la valencia, de la activación o de su interacción. En este sentido, en el trabajo de Abrisqueta-Gómez
No se tuvieron en cuenta los niveles de valencia y arousal, y únicamente se evidenció que los enfermos no procesaban adecuadamente la información emocional, sin aclarar en qué sentido se daba esta dificultad. De igual manera en el trabajo de Drago sólo se midió la intensidad con la que los enfermos valoraban el contenido emocional de las fotografías pero no sus efectos sobre el recuerdo de dicha información. La aplicación de una metodología en la que se controlen los niveles de activación y valencia, así como los períodos de retención y codificación podría resolver estas cuestiones.
Conclusiones
La capacidad del ser humano para recordar mejor la información emocional que la neutra es un fenómeno aceptado. También se conoce la estrecha relación entre la amígdala y el hipocampo en la consolidación de la memoria. El deterioro emocional normal en las personas mayores se ha relacionado con una disminución de las sensaciones de placer y una mayor dificultad en determinados aspectos del procesamiento de la información emocional. En personas con EA, este deterioro emocional previsible por la edad se ve exacerbado por una progresiva atrofia de las regiones del lóbulo temporal medial que afecta a su memoria y la capacidad de aprovechar las ventajas que el contenido emocional de la información aporta al recuerdo.
En este sentido, resultaría importante estudiar la emoción en sus niveles más básicos, con la finalidad de entender cómo la adaptación normal del anciano a través de las emociones se ve deteriorada en el inicio de la enfermedad. Como hipótesis de partida respecto a este supuesto —y con base en los datos que informan que el afecto positivo prevalece sobre el negativo en el envejecimiento normal— es previsible encontrar una cambio en esta tendencia respecto a la intensidad (arousal) o cualidad (valencia) con la que los enfermos de Alzheimer procesan la información emocional. Estos cambios, quizá sutiles en el inicio de la enfermedad, podrían detectarse con pruebas que determinasen la memoria emocional de manera fiable y en los términos que expresamos a continuación.
La elaboración de pruebas que midan la influencia de la emoción sobre la memoria como índice de diagnóstico en la EA deberían tener en cuenta:
a) la utilización de tareas de memoria que se adapten a las limitaciones cognitivas del grupo de pacientes a estudiar. Para este fin se recomiendan tareas de reconocimiento antes que de recuerdo libre, ya que demuestran ser igual de sensibles con un menor requerimiento cognitivo, y resultan recomendables para la medida de la memoria emocional;
b) métodos de inducción emocional adecuados que permitan el procesamiento de los estímulos emocionales de manera precisa y controlada, como el IAPS (del inglés International Affective Picture System, Sistema Internacional de Imágenes Afectivas), que se ha mostrado efectivo a la hora de delimitar patrones específicos de respuesta emocional a estímulos en diferentes trastornos como la depresión, la ansiedad o la esquizofrenia, y, por último,
c) la utilización de análisis que permitan mayor precisión y sensibilidad, como los procedimientos utilizados con base en la teoría de detección de señales, para la obtención de las medidas de discriminación, A´28 y sesgo de respuesta, B´´D29, que se han mostrado sensibles a los cambios en el procesamiento de la información emocional dependiente de los niveles de valencia y activación4.
Sobre las evidencias recogidas en esta revisión se justifica el planteamiento teórico de inicio y su proyección en futuros trabajos, donde este tipo de metodología permitiría estudios de neuroimagen que ayudarían a comprender mejor las bases biológicas de la disfuncionalidad afectiva y, en concreto, respecto a la EA, permitiría comprender mejor la relación entre el tipo de dimensión emocional alterada (arousal, valencia) y la atrofia de diferentes estructuras cerebrales, con la previsión de encontrar un marcador del inicio de la enfermedad en estadios tempranos que refleje su deterioro, no a través de una sintomatología evidente, sino mediante sutiles variaciones respecto a la población no patológica, que pueden estar determinando el inicio y desarrollo posterior de la enfermedad, y que pueden facilitar la investigación y el tratamiento neuropsicológico de la misma. Sin duda esto repercutiría en la efectividad del tratamiento y en la mejora de la calidad de vida de los pacientes.
No hay que perder de vista que la emoción, y con mayor razón en la EA, es un proceso complejo y de alta prevalencia en todos los ámbitos de la vida, que sin duda dan al ser humano la capacidad de adaptación necesaria en el ámbito social y, al mismo tiempo, la complejidad suficiente para que cualquier suposición al respecto deba tratarse con cautela y con la única pretensión de participar en hipótesis más integradoras y generales. En definitiva, el reto consiste en aclarar la relación funcional entre los déficits y caracterizar los síntomas de forma precisa para facilitar su explicación en términos de procesos cerebrales específicos.
Fernando Gordillo León Lilia Mestas Hernández, José M. Arana Martínez y Juan José García Meilán