La demencia tiende a aislar al que la padece, confinándole a un estado de soledad interna difícil de franquear muchas veces. La actitud que los cuidadores tomen respecto al enfermo puede prevenir este sentimiento en gran medida. Discutir, preguntar o saludar son fórmulas de interrelación con nuestro entorno que debemos seguir practicando con la persona demenciada y para las cuales no se necesita un momento concreto, sino que debe ser una actitud. Fomentar la confianza, es dejar un canal de comunicación siempre abierto (que cuenten con nosotros para que nos puedan contar, demandar,…). Y por último, ofrecer consuelo, como paliativo de la soledad instaurada, pues aún cuando no la podamos evitar sí la podemos aliviar.
Se dice que el sublimar recuerdos gratificantes (de la niñez, especialmente) permite afrontar las dificultades de la vida, incluidas las más tardías. Es recomendable la terapia de reminiscencia, con el repaso de vivencias agradables junto al paciente, ya sean habladas o apoyadas en objetos, fotografías, música, etc.. Las posibilidades de contacto que la evocación provoca en la mente de la persona nos acerca a un trato más humanizado y, por tanto, más completo. De este modo, lo que aparece como síntoma (rememorar el pasado) puede ser como un instrumento paliativo y reconfortante dentro del esquema sentimental del paciente, que se parapeta en recuerdos (“las batallitas”) como “anestésico” ante la realidad del presente. Porque, como ha sido dicho: “Los hombres no somos cuentas, sino cuentos”
Lo expuesto hasta ahora, forma parte de una visión paliativa e integral del manejo del paciente afectado por la demencia. En un intento de concreción señalaremos algunas estrategias básicas en el abordaje emocional y conductual de este tipo de enfermos, según sea su incidencia en las distintas fases del síndrome, lo que puede orientar a los cuidadores y equipo asistencial.
Las manifestaciones comportamentales en la primera fase de una demencia son de vital importancia para el cuidador y participantes en el plan de cuidados, pues el nivel de conciencia suele estar aún preservado, con lo cual el paciente es consciente de poder dejar de serlo (miedo a “perder la cabeza”, percibido como una amenaza real y no como un “fantasma” de la vejez). Este pensamiento puede convertirse en perseverante y obsesivo, manifestándose de las siguientes formas:
- Irritabilidad: ante la incomprensión de lo que acontece e ira por un futuro temido, que “se nos va de las manos”, la demencia arrebata el control de los actos.
- Labilidad emocional: las alteraciones de la personalidad no se instauran de forma brusca, pero sí insidiosa e irreversiblemente. Además incide un síntoma importante por lo que tiene de perturbador en el comportamiento del individuo, como lo es la alteración del patrón vigilia-sueño, presente en la mitad de las demencias.
- Estado depresivo: en consonancia directa con los sentimientos descritos anteriormente. Asusta degenerar, a lo que se añade un sentimiento de culpa, en muchos casos (“soy una carga, estorbo, genero costes mientras no produzco y en breve necesitaré ser atendido en lo más básico, renunciando, además a mi autonomía y privacidad”). Sólo una actitud cercana, que establezca una sólida confianza en el cuidador principal de cara al incierto futuro que la demencia esboza en la mente del paciente, puede sentar las bases de una existencia digna en las etapas siguientes. La compañía es fundamental y en esta fase el beneficio del repaso existencial puede crear lazos relacionales entre cuidador y paciente, además de aportarnos datos sobre su anterior etapa vital activa y en plenitud de facultades.
Establecer un plan de cuidados preventivo respecto a la salud física y mental del cuidador, dado que este será durante mucho tiempo el soporte emocional y afectivo del enfermo.